DE VIENA A BUDAPEST. BUDAPEST

Jueves 15 de julio

El miércoles habíamos vaciado y cargado agua, así que nos levantamos temprano con intención de hacer caso a los salmantinos y acercarnos a Soprón. Salí con Tula con la intención de despedirme  un poco más tranquilos de Matt y señora, pero ya habían dejado el camping. Carai! Siempre digo que nosotros madrugamos, pero ellos eran más madrugadores aún. La verdad es que a las 6 de la mañana  (hora a la que más o menos Angel y yo estamos despiertos) hay una preciosa luz y no hará tanto calor, que al parecer no es normal en estas latitudes.

Después de pagar el camping y comprar pan, pregunté a una pareja belga que teniamos al lado sobre Budapest y ellos sí que venían de allí. Nos hablaron del Jumbo camping como un lugar con mucha sombra, aunque también nos describieron zonas que eran secarrales. Luego añadieron que los dueños tenían dos perros grandes. Así que dado los calores que había y llevando a Tula, decidimos poner rumbo al Romai, ya que los salmantinos nos dijeron que, aunque estaba algo abandonado, tenía mucha sombra y estaba limpio. En las descripciones leí que estaba en un bosque. Parecía que la sombra estaba más asegurada que en el camping Haller,  más cercano este último del centro pero que describían como menos sombreado.

Y nos desviamos por Soprón, pero casi en el centro, no fuimos capaces de ver nada relevante o especial que llamara nuestra atención y que nos decidiera a aparcar la autocaravana y pasear. Continuamos nuestro camino arrepintiéndonos doblemente, por  haber dejado la autopista para visitar esta ciudad y con la duda de si no habríamos dejado atrás algo realmente interesante que no habíamos conseguido ver al no internarnos más.

Y seguimos la carretera hasta cerca de Gyor, viendo todos los campos labrados, ninguno abandonado, y mucho tractor en las carreteras. Cerca de esta localidad nos desviamos hacia la milenaria abadía de Pannonhalma, actualmente habitada por una comunidad monjes, y en activo al ser sede de un colegio de secundaria, escuela de Teología e incluso, un asilo y a donde llegamos alrededor de las 12. Tuvimos que dejar la autocaravana al sol ya que los aparcamientos cubiertos eran bajos. La oscurecimos bien y dejamos encendido el enfriador y sin él, no habríamos podido dejar a Tula ya que cuando regresamos la temperatura exterior marcaba más de 43ºC. Nunca, ni en Croacia, había visto esto..

Solo se puede realizar la visita guiada que comienza con un video. Nosotros, al llegar un poco tarde, nos saltamos éste y nos unimos a un grupo con guía en húngaro, por supuesto, aunque nos dieron unos papeles en castellano (qué suerte). Subimos por una pasarela que discurría bajo un espeso bosque, pero aún así el calor era asfixiante.

De la visita, destacar la iglesia, en un románico tardío o gótico incipiente con frescos en las bóvedas  y una hermosa entrada principal al sur que da al claustro. Esta entrada,  con cinco pares de columnas de mármol rosa a cada lado, es del XIII aunque ha sido reformada varias veces y es toda una belleza. A su lado derecho figura un curioso “grafití” de 1578. 
Tambien destaca la cripta, en la que están enterrados una hija de Sissi y su esposo, un noble húngaro y sobre todo la maravillosa biblioteca, del XIX que guarda en un ambiente luminoso, limpio y relajado   cerca de 400.000 volúmenes. Pero sinceramente, pese a que esté declarado Patrimonio por la UNESCO, no me pareció una cosa fuera de lo normal.

 Tras la visita buscamos una buena sombra y nos dispusimos a comer para llegar a Budapest alimentados ya que preveía que íbamos a tener que atravesar la ciudad al carecer de “periféricas” o “anillos” que la circunvalen. 

Y así fue, hasta que el navegador nos llevó a la puerta del camping, junto a una piscina que parecía el Parque Sindical de los años 70. 
Camping estilo soviético, con mucha sombra, en un bosque de grandes robles y con mucho, mucho  espacio. Es un lugar muy tranquilo y agradable pero efectivamente, tal y como nos dijeron los salmantinos, parece un poco abandonado. Hay dos grandes edificios con duchas, lavabos y fregaderos que son sencillos, pero limpios. Uno de ellos está cerrado. Las instalaciones están envejecidas, no han sido renovadas en muchos años. Es una pena porque el lugar es una gozada. El verlo tan vacío se agradece con tanto calor, por lo menos da la sensación de que puede “correr el aire”.

Ahora son las 19,00 h. Mañana atacaremos Budapest. Parece que un tranvía nos deja casi en el centro en 8 paradas y tenemos que sacar los billetes en una máquina que está en la recepción.

BUDAPEST

Viernes, 16 de julio

Llevo casi una hora desde que hemos regresado de nuestro primer día en Budapest, entre ducharme y lamerme las heridas que son varias: el sol me ha quemado, los pies los tengo hinchados y me he tenido que cambiar de calzado por que el que llevaba me ha “cocido” literalmente los pies y me ha levantado ampollas. Al hincharse los pies, las sandalias, calzado de repuesto, me ha hecho rozaduras, y para terminar, me ha salido un sarpullido desde los pies hasta las rodillas, que creo que se debe al repelente de mosquitos al combinarse con el sudor. Vamos, estoy hecha un “Cristo”. En mi defensa solo puedo decir que hemos salido a las 9 y hemos regresado a las 18,30 y unicamente hemos parado 20 minutos escasos para tomarnos un bocadillo en un rincón cutre cerca del mercado central con un calor de justicia. Hemos recorrido toda la ciudad y apenas nos queda el Parlamento y los alrededores. Es una ciudad algo incómoda para los “caminantes” ya que para pasar de Buda a Pest el puente más cercano a la zona más turística es el de las cadenas que atraviesa un río Danubio  que tiene casi 500 m de ancho. El tranvía nos deja en la parte de Buda, en la estacion de Batthyany ter, frente al parlamento que está en Pest, pero para llegar a Pest hemos de bajar hasta este puente, atravesarlo y luego deshacer por la otra orilla el camino hecho.

¿Qué se puede decir de esta ciudad que no se halla dicho ya?
En primer lugar, que creo que tiene dos caras: la turística, elegante, alegre, abierta, y la otra, la decadente, con edificios cuyas fachadas se caen literalmente a pedazos y rincones que un día “fueron” pero que ahora  son una sombra de aquel pasado. No hay dinero para restaurar y se ven muchos indigentes en la calle, durmiendo y viviendo en bancos, gente pidiendo, incluso con niños en los brazos. Hemos visto pocos inmigrantes, en realidad ninguno y ninguna persona de color y Angel ha observado con curiosidad que poca gente lleva relojes de pulsera.

Pero comienzo con el día. A la puerta del camping hay una máquina azul que por 320 “chipiliguanes” (florines húngaros, aproximadamente 1,20 euros) expide un billete de tranvía que en 30 minutos deja en Buda, frente al Parlamento, en la estación Batthyany ter. Una vez en el tranvía, hay que “picarlos” en un aparato antediluviano. Nosotros esperábamos que esto se hiciera automáticamente, así que metiamos el billete y esperábamos a que sonara algo que confirmara que la operación estaba hecha. Pero no ocurría hasta que una señora acudió en nuestro auxilio para enseñarnos que el procedimiento era totalmente manual.

Una vez en el final de la estación hemos preguntado por los billetes para 24 horas, pero al cambio eran unos 5 euros y pico, y nos pareció difícil su amortización –deberíamos usar el transporte público al menos 3 veces más junto con el regreso para conseguirlo- además de que no había un mapa de transporte detallado, como en Viena, con lo que ignorábamos cómo combinar los distintos transportes y cómo desplazarnos.
 
Una vez en el exterior, decidimos dirigirnos a la Iglesia Matias y al Bastión de los Pescadores, en la misma orilla de Buda. Anduvimos por solitarias calles ascendiendo hasta llegar a una plazoleta atestada de turistas que se movían convulsos de un lado a otro en grupos. Se oía mucho castellano. En el exterior, la iglesia está en restauración.. Del siglo XIII al XV, y testigo mudo de innumerables hechos históricos, ha sido restaurada en el XIX, predominando el estilo neogótico. Su interior con tres naves, es toda una belleza, donde destaca principalmente la decoración con murales que cubre fustes hasta la bóveda y las vidrieras. En su interior se han coronado reyes, los turcos la convirtieron en mezquita, los alemanes en cocina y los rusos en establos. Desde el exterior se contempla su tejado cubierto de tejas de colores.

 
Detrás de la iglesia se encuentra el denominado Bastión de los Pescadores que ofrece unas espectaculares vistas del Danubio y de Pest. Fue a finales del XIX cuando se diseñaron las escaleras que ascendían desde el Danubio hasta la cumbre de la colina y todo el conjunto formado por torrecillas, arcadas, escaleras y estatuas en su punto más elevado, finalizando su construcción en 1901. Las vistas sobre Pest son magníficas pero destaca sobre todo las que se tienen sobre el edificio del Parlamento. Y a mi juicio, desde abajo se disfruta prácticamente de las mismas vistas que si se asciende  “un piso” más por lo que se puede prescindir de pagar.

Tras disfrutar de estas hermosas vistas que “abrieron boca”, tomamos una decisión equivocada, que fue la de ir a visitar la Gran Sinagoga ya que el sábado no abría, en vez de dedicarnos a pasear por Buda, a donde volveríamos al día siguiente. Perdimos tiempo y energía, pero con estos errores hay que contar. 

Así, descendimos en dirección al famoso Puente de las Cadenas. Y la soledad volvió a las calles por las que transitábamos. Parece que los turistas se quedaron todos arriba esperando a que sus respectivos autocares les llevaran y trajeran.  


Al final de la calle que discurre paralela al Danubio, donde dejamos a nuestra derecha un funicular que  sube al castillo de Buda y a nuestra izquierda aparece este impresionante puente, uno de los ocho que unen Buda con Pest, pero éste, es el más famoso y más antiguo.Cuatro leones guardan sus entradas. Data de mediados del XIX y al parecer quien lo encargó lo hizo por que el entierro de su padre se demoró una semana ante la imposibilidad de cruzar el Danubio por el mal tiempo.Hasta entonces solo se podía cruzar el Danubio en barco o caminando sobre él cuando quedaba congelado durante los inviernos fríos . Fue destruido  por los alemanes durante la segunda guerra mundial.

El sol, implacable, hizo que buscáramos cobijo en cualquier pequeña sombra y que no pudiéramos deleitarnos totalmente en su travesía y contemplación.
 
En nuestro camino nos encontramos con uno de esos lugares que se han puesto de moda entre los jóvenes enamorados en los que con un candado cerrado sellan su amor.




Y por una la ancha avenida de Karoly Korut  flanqueada por regios edificios, llegamos a la Gran Sinagoga.

Aquí se puede pagar en euros o florines húngaros y la persona que atiende la taquilla habla un castellano muy bueno.


Esta Sinagoga es la mayor  del mundo después de la de Jerusalén y tiene asiento para cerca de 3.000 personas. Su lujoso interior en estilo bizantino-mozárabe, parece más un teatro. Durante la Segunda Guerra Mundial, los nazis hicieron de sus alrededores un ghetto judío que posteriormente se convirtió en un campo de concentración. Desde este lugar muchos judíos fueron enviados a los campos de exterminio. En el exterior encontramos el Árbol de la Vida, una escultura similar a un sauce llorón dedicada a un empresario sueco que rescató a miles de judios y en el que cada hoja lleva escrita el nombre de un judío asesinado durante el Holocausto.












El calor sigue apretando y tratamos de movernos por la sombra. Nos dirigimos al Mercado Central. Durante nuestro recorrido no dejan de asombrarme los escaparates de las tiendas que parecen salidas de los años 60 y 70 en España.


El edificio del Mercado es impresionante. Una vez dentro nos sorprende su tamaño, luminosidad y  los puestos coloridos y los diferentes artículos presentados con gusto que atraen nuestra atención desde el primer momento sin decidirnos qué rumbo tomar. Tiene dos pisos, el inferior tiene puestos de alimentación de todo tipo y el superior de tejidos, souvenir y comidas donde la gente está reunida en grupos comiendo y bebiendo compartiendo mesas. La actividad es incesante y no podemos resistirnos a comprar alguna que otra cosilla.

Dejamos atrás el mercado central internándonos en la animada Vaci Utca llena de bares y cafeterías con terrazas y tiendas de moda que nos lleva cerca de la Basílica de San Esteban. Un pequeño camión que pulveriza agua va ofreciendo “sus servicios” por la calles de
Budapest y más de uno, entre ellos yo, no nos podemos resistir y agradecemos poder refrescarnos de esta manera tan original y agradable.

La basílica es la mayor iglesia de Budapest y es del siglo XIX y a primera vista sorprende el color del mármol -rojo oscuro, negro y blanco-  el gran espacio interior y su enorme cúpula neorrenacentista, pero no tiene mayor interés, por lo que la dejamos atrás para dirigirnos a la Opera, magnífico edificio que encontramos muy cerca de la basílica y que se abre a la famosa y elegante avenida Andrassy.

Hay visitas guiadas en varios idiomas, entre ellos el castellano. Esperamos a nuestra guía en el imponente hall de entrada en mármol rojo con columnas negras a la que da una escalera de mármol doble.  Financiada por el Francisco José I, emperador de Austria (esposo de Sissi), puso como condición que no fuera mayor que la de Viena. Su interior es neorenacentista con numerosos detalles barrocos, que junto con los numerosos frescos  le otorgan un aire señorial y elegante

Entramos en el patio de butacas del auditorio que tiene forma de herradura y del centro, con unos magníficos frescos, cuelga una gigantesca y hermosa lámpara  araña de más de dos toneladas. El dorado y rojo dominan la decoración de este elegante auditorio.

Contemplamos el palco de Sissi a la izquierda
del escenario, compartido muchas veces con su supuesto amante, un noble húngaro primer Ministro del pais,  ya que según las normas de la época ella sola no podía ocupar el destinado al emperador. Seguimos visitando diversas estancias de este edificio, todas bellas y elegantes, predominando el color rojo del mármol, el dorado y las maderas nobles, para regresar a los palcos del auditorio  desde donde se tiene una magnífica vista de éste.
Y para finalizar la visita nos habían “vendido” junto con la entrada, un brevísimo recital de ópera que nosotros aceptamos. Pero este breve recital de tan solo una canción, lo da un tenor en la cafetería de la ópera, con la música de fondo de un radiocasete  por lo que nos sentimos defraudados y algo enojados, por no haber sido advertidos, ya que la mayoría de nosotros pensamos que se daría sobre  el escenario del auditorio.

E iniciamos el regreso al camping, cruzando por segunda vez el puente de las cadenas y deshaciendo el camino de ida hacia la estación del tranvía. Llegamos algo tarde, a las 18,30 y Tula había decidido “redecorar” la autocaravana. Pobrecilla, unicamente había tirado los cojines al suelo y había sacado algo los protectores. Agradeciendo la abundante sombra y la tranquilidad reinante nos dimos una relajante ducha y tras cenar e intentar sin éxito, alejar a los mosquitos de nosotros, y darme las distintas pomadas para el sarpullido, que seguía más o menos igual, y las escoceduras, nos fuimos a dormir.

Sabado, 17 julio. 

El día de hoy ha sido tan caluroso como todos los anteriores.  Al sol es imposible estar y parece que este calor no va a cesar nunca. Normalmente con estas temperaturas en Madrid uno se “esconde” hasta que es posible estar fuera, pero aquí, a las 12 o a las 15h estás andando por las calles tratando de llevarlo lo mejor posible y se tiene que invertir un mayor esfuerzo.

Para hoy nos quedaba visitar el parlamento y el barrio del castillo, esto último para subsanar el error cometido ayer. Así que nos tomamos la salida con tranquilidad y dejamos el camping a eso de las 10.

Decidimos comenzar con el Parlamento muy a nuestro pesar, ya que para ello desde la parada del tranvía en Batthyany ter, hemos de bajar andando casi 1 km por la orilla de Buda, hasta el puente de las cadenas, atravesar el Danubio  y “desandar” este km por la orilla de  Pest.  

En la orilla del Danubio de Pest, frente al puente de las cadenas, en la plaza de Roosevelt, se encuentran los hoteles más elegantes y exclusivos de la ciudad y a lo largo de la orilla encontramos hoy varios puestos de artesanos y un kiosco de música donde comienza un espectáculo de títeres.

Acompañados por sobrios y elegantes edificios que dan a una gran avenida casi desierta de Lipótvaros,  llegamos al Parlamento.

Nos acercamos a una cola que al parecer es para recoger las entradas -gratuitas para ciudadanos de la U.E.- para visitar este edificio. Unos españoles nos dicen que a ellos les han dado hora para las 16,00. Y son tan solo las 11,30. No vamos a esperar aquí casi 5 horas. Pero antes de marchar  pregunto a una pareja que sale con sus entradas y me dicen en inglés que tienen hora para las 12,15 en esta lengua. Decidimos que el idioma es secundario en este caso, que lo importante es visitar el Parlamento, así que hacemos cola apelotonados en la pequeña sombra y durante la espera entablamos una conversación con un grupo de jóvenes voluntarios que ayudan a pintar un colegio. Inmediatamente le pregunto al que vive en Budapest cuánto es el sueldo medio y me responde que 400 euros. Una miseria sobre todo si pensamos que el coste de los productos está mas o menos como en España: El billete de metro individual 1 euro y pico,  1 kg de tomates 1,20 -1,30 euros, unos melocotones a 1 euro y algo el kilo., y el gas-oil a 1,20. Quiero pensar que los habitantes de Budapest compran en sitios distintos a donde lo hacemos nosotros porque si no es así, no sé como con 400 euros llegan a final de mes.

Cuando nos toca el turno y el policía nos da paso, nos dicen que la siguiente visita es a las 14,00 h en inglés. En ese momento valoramos que queremos visitar el barrio del castillo por lo que dos horas es quizás poco tiempo para ir y volver y además, visitar Buda, por lo que pedimos a las 15,00h pese a que en un buen castellano nos informa de que es en aleman. Nos da igual.

Nos dirigimos a Buda y por no hacer otra vez el mismo camino de ida al puente, cruzarlo, y vuelta, decidimos tomar el metro que atraviesa el Danubio por debajo  y en dos estaciones  y 5 minutos más andando nos encontramos ante la puerta de Viena.

Y tras ella encontramos una ciudad absolutamente distinta a lo que hasta ahora habiamos visto, la ciudad medieval de Buda, declarada Patrimonio de la Humanidad, construida alrededor del castillo. Una calle flanqueada por casas bajas de fachadas  góticas y barrocas de vivos colores  que dan un aspecto alegre y sencillo, nos dirige hasta la iglesia  Matias. Desde aquí, asomados a la calle de los nobles, confirmo que  me gusta mucho  más la sencillez y calidez de Buda que la opulencia y elegancia de  Pest.


El calor sigue castigándonos y nos dirigimos hacia el castillo. En una de las calles, encontramos la entrada a los laberintos. Con curiosidad bajamos y disfrutamos de una temperatura que no teníamos desde primeros de julio, pero pensando que todo seria igual, regresamos a los calores del exterior. Luego pude leer que el laberinto del castillo de Buda fue creado por la acción del agua caliente de manantial sobre la roca calcárea de la colina del castillo y está formado por cuevas, sótanos, celdas y manantiales que se extienden a lo largo de más de 1 km.

Muy cerca del castillo y del palacio de la presidencia, a la sombra de unos tilos, nos disponemos a comer. Al mirar el reloj nos damos cuenta de que si no iniciamos el regreso al Parlamento no vamos a llegar, por lo que a marchas forzadas llegamos al metro y al Parlamento tan solo 15 minutos antes de las 16,00.

Y a la hora casi exacta nos dan la entrada. Accedemos por la escalera principal, suntuosa y decorada con hermosos frescos. El interior es magnifico, lujoso, elegante y ricamente decorado. Vamos pasando de sala en sala y quizás la que destaque mas de todas sea el salón de la cúpula con un impresionante techo  que alcanza los 96 m de altura y sujeto por 16 pilares decorados con una estatua  de un gobernante húngaro y creada para dar una sensación de amplitud, lo cual consigue y en cuyo centro se encuentra la corona real. También destaca el salón de la Asamblea Nacional, donde se reune el parlamento. No dejó de sorprenderme y alegrarme cómo Raul se situaba en las primeras filas del grupo para atender las explicaciones de la guía, que confesó entender en gran parte.

Dejamos el Parlamento y decidimos que fuera el metro el que nos cruzara el Danubio evitandonos así la ida-vuelta hacia el puente de las cadenas. Y en la puerta de la estación, en un autoservicio, agotamos los pocos florines que nos quedaban, completando el pago en efectivo con la tarjeta de crédito para regresar al camping y disfrutar de una deseada ducha que se llevara todo el calor y sudor que habíamos pasado durante el día.

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